El Castillo de Praga, majestuosamente ubicado junto al río Vltava y en lo alto de la colina de Hradčany, se erige como un símbolo del caleidoscopio cultural de la historia checa a lo largo de más de mil años. Este complejo de palacios, es el más grande del mundo y ha sido hogar, lugar de trabajo y centro de gobierno de algunos de los gobernantes más influyentes de nuestra historia. Su presencia perdurable ha quedado en la memoria de cada piedra que le sostiene dejando una huella imborrable en el tejido de nuestra nación.
En su existencia… el Castillo de Praga ha experimentado constantes cambios. Desde sus humildes comienzos en el siglo IX formó parte y fue el actor protagónico de épocas de esplendor, pero también ha sufrido las adversidades de guerras, incendios y saqueos. En ocasiones, ha quedado en el olvido, solo para ser redescubierto y revitalizado posteriormente.
En las profundidades del siglo IX por la necesidad de fortalecer la influencia de Bohemia y para controlar el tráfico de mercancías a través del río Moldava, es que se decide levantar los muros de esta imponente fortificación. Aquellos audaces constructores de la muralla romántica se embarcaron en una empresa titánica, un esfuerzo que requería la exhalación de su aliento y la destreza de sus manos ásperas por el arduo trabajo. Estos artesanos intrépidos dieron forma a una obra maestra que trascendería los límites del tiempo.
Cada piedra, meticulosamente seleccionada, se convirtió en un eslabón crucial en el engranaje de esta muralla colosal. Los artesanos, con sus manos diestras, dominaban el arte de la mampostería, colocando cada pieza con precisión, entrelazando fuerza y belleza en cada unión. Los ritmos incesantes de su labor reverberaban en el aire, como un coro de trabajadores consagrados a su causa. De esta forma, con una amalgama de destreza, pasión y dedicación, estos constructores labraron una muralla que desafiaría la implacables embestidas. Su legado se encuentra grabado en cada piedra colocada con amor, en cada arco que desafía la gravedad y en cada detalle que evoca la grandeza del arte de construir la alegoría a una nación…
La diversidad de estilos en el Castillo de Praga es un testimonio de la rica historia y el esplendor que ha engalanado sus muros a lo largo de los siglos. Como si fuera un lienzo en constante transformación, este imponente edificio ha sido testigo de la mezcla de estilos, cada uno dejando su huella y contribuyendo a su grandeza.
En sus inicios, el Castillo de Praga era una modesta empalizada que se alzaba en la colina, protegiendo a sus habitantes de los peligros externos. Sin embargo, a medida que avanzaba, su importancia crecía y con ella su necesidad de expansión y embellecimiento.
El románico, con su solidez y austeridad, se hizo presente en las primeras transformaciones del castillo. Las formas simples y robustas se alzaban con orgullo, expresando la fortaleza y el poder de aquellos que gobernaban. Pero no fue solo el románico el que definió al Castillo de Praga, pues el gótico llegó con fuerza, aportando una nueva dimensión de verticalidad y elegancia.
El gótico se convirtió en el símbolo de la grandeza y la majestuosidad del castillo. Sus arcos apuntados y sus altas torres se alzaban buscando a Dios en el cielo y aplastando al hombre en la tierra, anuncia la importancia de este lugar. Los vitrales multicolores, delicadamente tallados, permitían que la luz se filtrara, creando un ambiente místico y sagrado en el interior.
Pero la historia del Castillo de Praga no se detuvo ahí, pues el Renacimiento trajo consigo una nueva ola de cambios. Las formas clásicas y equilibradas se hicieron presentes, evocando el esplendor de la antigua Roma y la Grecia clásica. Los detalles ornamentados y las fachadas simétricas se sumaron al patrimonio del castillo, transformándolo en un símbolo de sofisticación y cultura.
El barroco, con su exuberancia y teatralidad, no podía quedar fuera de la diversidad del castillo. Sus fachadas curvas, columnas salomónicas y decoraciones ostentosas se sumaron a la riqueza visual y sensorial de este monumento histórico. El juego de luces y sombras, los contrastes de color y las formas extravagantes, le dieron una nueva dimensión, creando una experiencia estética única.
Y así, la diversidad del Castillo de Praga continúa, abarcando estilos posteriores como el neoclásico y el historicismo. Cada uno de estos estilos se entrelaza, se superpone y convive, creando un mosaico visual que cuenta la historia del castillo y su relevancia.
Al acercarnos al castillo, somos recibidos por gigantescas estatuas que representan luchadores y símbolos de la monarquía de los Habsburgo, colocadas en el siglo XVII cuando el portal se convirtió en el patio de honor. A pesar de la imponente presencia de estas estatuas, son los dos guardias que se encuentran bajo ellas los verdaderos custodios del castillo. Como pequeños soldados en proporción a los titanes, parecen advertirnos sobre el poder que emana de la grandeza de la simplicidad.
En la actualidad, el Castillo de Praga es el lugar donde se reciben oficialmente a las visitas de alto rango que llegan a nuestro país. A medida que avanzamos, observamos dos astas neogóticas ondeando banderas. A la izquierda, la bandera de la República Checa; a la derecha, desde 2004, la bandera de la Comunidad Europea. Entre ambas banderas, se encuentra la Puerta de Matías, un símbolo de gran importancia histórica.
Rodolfo II, uno de los emperadores más queridos por el pueblo checo, trajo consigo a Praga la última corte renacentista de Europa. Levantó un arco de triunfo en el primer patio del castillo, convirtiéndolo en la puerta principal. En ella, podemos admirar el águila bicéfala, símbolo de los Habsburgo, acompañada de dos grifos protectores. Más abajo, encontramos los escudos de los reinos.
Rodolfo II fue un rey incomprendido en su tiempo. Para entenderlo, debemos buscar en el humanismo y no en la política. Anhelaba comprender el equilibrio del universo dentro del ser humano más sencillo, pero como simples mortales, no podíamos comprenderlo plenamente.
Rodolfo II, el excéntrico emperador es una figura intrigante que merece un análisis más profundo. Su presencia en esta ciudad es un capítulo fascinante de la historia checa y un testimonio de la grandeza artística y cultural que floreció bajo su mecenazgo. Sin embargo, es importante explorar su reinado y su corte desde una perspectiva crítica y reflexiva.
Rodolfo II, conocido por su pasión por las artes, las ciencias y el ocultismo, se convirtió en el epicentro de un renacimiento cultural en Praga. Bajo su mecenazgo, la ciudad se llenó de artistas, astrónomos, alquimistas y eruditos de renombre. Su corte era una amalgama de mentes brillantes y extravagantes, que buscaban en el conocimiento y el arte una vía de escape de la realidad.
Sin embargo, lo que se considera la última corte renacentista también estuvo marcada por el misterio y la oscuridad. Se decía que el emperador tenía un carácter melancólico y excéntrico, a menudo encerrado en sus aposentos, rodeado de sus colecciones de arte, rarezas naturales y objetos esotéricos. Su obsesión por el esoterismo y la alquimia alimentaba rumores y leyendas sobre prácticas ocultas y rituales secretos.
A pesar de su amor por el arte y el conocimiento, Rodolfo II también gobernó con una mano de hierro. Se dice que era un monarca solitario y desconfiado, rodeado de espías y consejeros que vigilaban cada movimiento. Su influencia en la arquitectura y el arte de Praga es innegable, bajo su mecenazgo se construyeron magníficos palacios y se reunieron colecciones de arte de renombre mundial. Sin embargo, esta opulencia contrastaba con las condiciones de vida de la mayoría de los habitantes de la ciudad, que sufrían la pobreza y la opresión.
Explorar la corte de Rodolfo II es adentrarse en un mundo de contradicciones y complejidades. Es una invitación a reflexionar sobre el poder, la creatividad y la desigualdad. Es un recordatorio de que detrás del esplendor artístico y cultural, a menudo se ocultan las realidades sociales y políticas de una época. El legado cultural y artístico que dejó tras de sí, se manifiesta en la identidad de Praga y es reconocido su papel en el desarrollo del arte y la ciencia en Europa.
La hermosa puerta que lleva el nombre de su hermano menor, Matías, quien le arrebató la corona en 1611, es una obra barroca que marca el inicio de este recorrido.
Al pasar la Puerta de Matías, a la izquierda, nos encontramos con el Salón de Josip Plečnik, uno de los últimos arquitectos que dejaron una huella significativa en el castillo. Plečnik transformó los suelos y empleó un estilo clásico para conferir a este monumental salón una apariencia majestuosa y, al mismo tiempo, sencilla. Las escaleras nos conducen al pasillo central, desde donde accedemos a los salones representativos, como el Salón Español que en su momento formó parte del palacio de Rodolfo II. Iluminado por ventanas que dan hacia el norte, es el salón protocolar del Estado checo y sigue irradiando un estilo barroco predominante. Además de la luz natural, el salón está iluminado por una gran cantidad de lámparas de araña, que llegan a sumar más de 2000 bombillas eléctricas en total.
Durante la época de Rodolfo II, este salón albergaba las obras escultóricas más importantes, formando parte de su extensa colección de arte, una de las más completas de Europa en su momento. Desafortunadamente, no se pudo conservar en su totalidad. Parte de ella fue trasladada a Viena durante la Guerra de los Treinta Años, y el resto fue saqueado por los suecos en 1648. Se cuenta que desde las ventanas del Salón Español, Rodolfo II cazaba los ciervos del foso del castillo que se encontraba bajo él.
Justo debajo del Salón Español, se encuentran los establos, espacios que se han conservado desde la época del Renacimiento. En la actualidad, se exhiben obras de arte de renombrados pintores checos e internacionales. Gran parte de esta colección fue renovada por Fernando III y su hermano Leopoldo Vilém.
Así, a medida que exploramos el Castillo de Praga, nos encontramos sumergidos en la grandeza de su historia, sus transformaciones arquitectónicas y la riqueza cultural que ha preservado a lo largo de los siglos. Este es solo el comienzo de un viaje fascinante por sus pasillos y salones, un viaje que nos permitirá desentrañar los misterios y maravillas de este magnífico complejo de palacios.
El Primer Patio adquirió su forma actual en el siglo XVIII bajo la dirección del arquitecto Pacassi, quien concluyó la construcción de estos dos corredores para homogeneizar la apariencia del Segundo En el segundo patio del Castillo de Praga se alza con majestuosidad la capilla de la Santa Cruz, una joya arquitectónica que nos sumerge en la espiritualidad y la devoción. Diseñada según el genio de
Nicolás Pacassi en 1758, esta capilla fue inicialmente concebida como un espacio íntimo adyacente al palacio real.
Sin embargo, la capilla de la Santa Cruz guarda una historia fascinante que se entrelaza con la figura de Fernando V, conocido como el rey bueno. En el siglo XIX, la Revolución de 1848 sacudió los cimientos del poder y llevó a la abdicación de este monarca, quien encontró refugio en los últimos años de su vida dentro de los muros del palacio real. A pesar de sufrir de una grave epilepsia y padecer un delicado estado de salud, el rey bueno desafió las adversidades y vivió hasta el año 1875. Tras su fallecimiento, sus restos fueron sepultados en la cripta imperial de Viena, un testimonio silencioso de su legado y su reinado.
La figura de Fernando V deja una huella profunda en la historia del Castillo de Praga. Su presencia en la capilla de la Santa Cruz evoca su historia nos lleva a reflexionar sobre la fragilidad humana y la capacidad de trascender las adversidades.
Ante la absurda violencia de las revoluciones, su dignidad se alzó como bastión frente a la enfermedad y el olvido.
Al visitar la capilla de la Santa Cruz, podemos admirar su esplendor arquitectónico y sumergirnos en la esencia de un monarca que encontró paz y resiliencia en este lugar sagrado. Es un recordatorio de cómo el arte y la espiritualidad se entrelazan en la historia de un castillo que ha sido testigo de tantos eventos significativos.
El Castillo de Praga, con sus capillas y palacios, nos invita a explorar las múltiples capas de significado que se esconden tras sus muros. Cada rincón es un portal hacia el pasado, que nos permite descubrir las historias de aquellos que dejaron su huella en este monumento histórico. En la capilla de la Santa Cruz, nos encontramos con el legado del rey bueno y su búsqueda de consuelo en momentos de adversidad, un testimonio conmovedor que nos conecta con la humanidad y la trascendencia más allá de la grandeza arquitectónica.