Este se recostaba sobre el lecho seco del antiquísimo lago Morkí (wacarpay).
Su cabeza de piedra se apoyaba en la colina de los halcones y estaba formada por la fortaleza de Saqsayhuaman. Sus colmillos afilados en punta de lanza hacían el aguerrido relieve de la primera muralla de la plaza fuerte y sus pupilas fulgurantes eran los torreones recubiertos con planchas de oro que brillaban al sol. Entre la cabeza y el cuerpo hay una calle que aún se conoce como Pumakurku “el cuello o jiba del puma”.
Delineando su lomo gigantesco corre hasta hoy el Tullumayu, llamado “río de huesos” porque mojaba las vértebras del dios, cuyas zarpas afelpadas se arraigaba en otro río milenario, el Saphi, “raíz de manantiales”. Su ombligo era Waqaypata de donde partían como cordones umbilicales los caminos a los cuatro suyus o regiones. El sexo del animal sagrado estaba formado por el barrio religioso donde estaba el Qorikancha, generador de vida, de poder y de fuerza porque allí se encontraba la radiante figura del sol. Su cola venía a ser una calle que todavía conserva su viejo nombre llamado Pumaq Chupan “La cola del Puma”.
La ciudad misma era por esto un ídolo y los habitantes del Tawantinsuyu se arrodillaban antes de entrar a ella saludándola con el corazón henchido de gozo. El solo hecho de haber estado ahí, menciona el inca Garcilaso, era algo tan extraordinario que, si dos indios de igual condición se encontraban en uno de sus caminos, el que venía del Cusco era respetado y acatado como superior sólo por haberla visto.
La ciudad puma, dice el arqueólogo Manuel Chávez Ballón, fue un santuario del tiempo. Sus doce barrios correspondían a los doce meses y se contaban en el sentido de las agujas del reloj. Cada barrio tenía tres calles principales y cada una equivalía a una semana de diez días. La primera se llamaba Qollana, la segunda Payan y la tercera Kayao. Cada día estaba dedicado a un dios, por tanto había cerca de trescientas sesenta y cinco Wakas que regían la marcha del tiempo gobernando los elementos y la vida de los hombres.
En la ciudad Puma habitada por dioses y semidioses se daba también la síntesis del imperio. Al lado de los caminos que partían de la Plaza del Waqaypata hacia los cuatro suyus, el Chinchaysuyu, el Kuntisuyu, el Qollasuyu y el Antisuyu, se agrupaban respetando el área señorial las delegaciones de los pueblos conquistados. Cusco fue la más importante de las ciudades del Imperio y sus urbanistas trazaron la silueta del dios para acentuar su carácter de sagrado. Era el centro religioso y político del Tawantinsuyu y como tal mantuvo sobre los pueblos sometidos la gallardía y la fuerza de sus garras del felino. Así es mi Cusco.